La crisis de la Covid-19 es un gran acelerador. Lo que pasaría en diez años, pasará en diez meses. Salimos de la pandemia con un mundo fragmentado. La rivalidad Este-Oeste, entre China y EEUU se ha incrementado. La brecha entre una Europa del Norte productiva y sustentada en Industria 4.0; y una Europa del Sur precarizada ha aumentado. Se extendía la desigualdad vertical y la pobreza, y saldremos con más desigualdad y más pobreza. La división política entre izquierdas y derechas en Europa, o entre demócratas y republicanos en EEUU se convierte peligrosamente en odio propulsado por las redes sociales. La transformación digital se ha acelerado en todos los sectores. La sociedad se ha virtualizado súbitamente, y la cima de la economía mundial es tomada al asalto por corporaciones digitales. El valor financiero de Microsoft, Apple, Amazon, Google, Alibaba, Facebook y Tencent llega a los 5’5 billones de dólares y supera el PIB de Japón, la tercera economía del mundo. En 12 meses, Microsoft se ha revalorizado un 44%. Apple, un 77%. Amazon, un 32%. Google, un 24%. Facebook, un 28%. Quien hubiera invertido 30.000 € en Tesla hace un año, hoy tendría 120.000 €. El sistema financiero entero colapsa alrededor de las compañías tecnológicas, que emergen como líderes económicos absolutos. Se acabó la valoración financiera de largo plazo, el famoso “value investment”. En la turbulencia, la constante de crecimiento la aseguran las compañías que generan y acumulan datos, conocimiento y talento. La tecnología se convierte en el mayor driver económico de la historia, el más rápido y el más contundente. Imprescindible para la creación de riqueza y la distribución de prosperidad, incluso para nuestra salud y supervivencia. La ciencia y la tecnología se sitúan en el centro de la competitividad y la seguridad mundial.

SpaceX, empresa de Elon Musk, fundador de Tesla, se arriesga a transportar astronautas de la NASA a la Estación Espacial Internacional. Por primera vez, una empresa privada hace una incursión en lo que hasta ahora era reserva estratégica de los estados más avanzados: la exploración del espacio. Amazon también quiere entrar en ese nuevo escenario, con su proyecto Blue Origin. Google se acerca con su división de globos. También Facebook. Las grandes tecnológicas, con tamaños macroeconómicos, empiezan a abordar proyectos que hasta el momento sólo habían abordado las grandes naciones. ¿Veremos la bandera de Amazon en la Luna? ¿La de Tesla en Marte? ¿Qué intereses estratégicos tienen en lanzarse a la aventura espacial? Quizá una pista nos la ofrezca la constelación de satélites de baja órbita Starlink, de Tesla, un soporte para el control de la internet del futuro. ¿Es una pieza clave para los inmensos flujos de datos 5G del coche conectado? Las compañías automovilísticas, ya suficientemente descolocadas con la irrupción del vehículo eléctrico, compartido y autoconducido, deberán empezar ahora a mirar al cielo.

Las corporaciones tecnológicas avanzan en todos los frentes. Facebook acaba de anunciar su plataforma Shops, entrando a competir directamente con Amazon como marketplace global. Si su moneda propia, Libra, triunfa, temblarán los bancos centrales. A su vez, Amazon invade el mercado de las ads digitales, donde compiten en duopolio Google y Facebook, las dos mayores agencias de márketing del mundo. En los hogares penetran Amazon, Google y Apple con sus altavoces inteligentes. Estos sistemas se volverán ubicuos. Se extenderán al automóvil y a los dispositivos electrónicos. Cortocircuitarán todos los canales comerciales posibles. Alexa nos venderá de todo, en todas partes. Amazon Web Services y Microsoft Azure luchan por dominar el cloud.

La joven generación de hackers que capturó la primera ola de disrupción digital, hace ya dos décadas, ha dejado paso a una estirpe de fríos directivos profesionales. Zuckerberg, que empezó hackeando los sistemas de información de Harvard para puntuar las fotos de los alumnos en una web (the hottest student on campus), halló una aplicación exponencial con millones de personas conectadas. Hoy se apoya para su desarrollo de negocio en Sheryl Sandberg, exdirectora de ventas de Google y una de las ejecutivas más poderosas del mundo. Sandberg fue quien consolidó el modelo algorítmico de publicidad digital de Google y Facebook, rompiendo las piernas del sector media. Apple está en manos de Tim Cook, un genio del just-in-time y de la cadena de suministro. Sundar Pichai, ingeniero surgido de los prestigiosos institutos tecnológicos hindús rige los destinos de Google, tras la dorada retirada de los fundadores, Larry Page y Sergei Brin. Satya Nadella, otro brillante informático hindú controla Microsoft, empresa que también nace con espíritu hacker de la mano de Bill Gates. Amazon sigue dominada por Jeff Bezos, la persona más rica del planeta. De hackers a halcones digitales. Todos ellos son hoy los verdaderos amos. Ellos y Xi Jinping, el presidente de la mayor plataforma de inteligencia artificial del mundo: China. La Covid-19 no ha hecho más que acelerar el poder e influencia de todos ellos.

Esta semana ha sido épico el debate entre Thierry Breton (Comisionado de Industria y Digitalización europeo) y Mark Zuckerberg. “No sea tan listo”, y “pague impuestos”, le espetó Breton al fundador de Facebook. Hay esperanza y urgencia en Europa. Y un destello de liderazgo. Si no existen Googles europeos es porque no hemos creado el ecosistema para ello. Deberíamos tenerlos. Es previsible que lleguen fondos de reconstrucción desde el corazón europeo. Es probable que nos exijan que los destinemos a productividad, tecnología e industria. Sería una buena noticia. Esperemos que sepamos aprovechar esta última oportunidad.


Artículo inicialmente publicado en La Vanguardia.